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El silencioso rocío suspendido entre los árboles de papel (Polylepis), seguía luego su curso hasta arbustos más pequeños, que llenan de verde el paisaje, mientras que el bullicioso río bajaba estrepitoso abriéndose paso entre las rocas. Montañas que visten de páramo y en cuyas faldas se alimentan las vacas de las haciendas y quintas pequeñas, cuyos dueños, cómplices de un romántico paisaje, construyeron puentes en su afán de unir su paso hasta la carretera, saludando al agua que luego nutrirá el riego de sus huertas.
Estamos en el Biocorredor del Yanuncay, perteneciente a la parroquia San Joaquín, de Cuenca. Con extensión aproximada de 40 kilómetros se levanta como una propuesta eco-turística para disfrutar solo o en grupo. Desde la autopista, al oeste del centro Parroquial, tomando la ruta hacia la comunidad Soldados y desde el sector de Campana Huayco, usted tendrá la oportunidad de vivir un entrañable día.
Con 9 kilómetros de vía asfaltada y el resto de tierra, pero en estado carrozable, su paseo puede hacerlo en carro, moto, bicicleta o a pie si prefiere. Puede acampar en la orilla del río, pero no se preocupe por la comida, pues a lo largo del camino, tiene para escoger en los puestos de platos típicos.
Cuy, pollo, trucha, costilla asada, caldo de pata o gallina criolla, mote: pillo, sucio, casado o choclo; papas, igual, en las más diversas presentaciones, pueden ser parte de su menú en el picnic o si decide, con mayor comodidad en el propio local.
“La idea es que quienes visiten esta zona se lleven una buena impresión no solo de la naturaleza sino de los productos que ella nos da bondadosamente para alimentarnos”, comenta Matías Ochoa, quien junto a su mamá Rosario Criollo, instalaron hace unos cuatro años “El Pircón”, en el sector de san José, de Barabón Grande.
Ellos son un ejemplo de las decenas de familias emprendedoras que abrieron restaurantes, buscando armonizar con el estilo campestre del Corredor. “Todo tenemos en nuestra propia chacra, con el mayor de los cuidados para que nuestra comida sea rica, pero también sana y fresca”, acota el joven, quien gracias a su microempresa, cursa estudios para chef, en el Instituto Superior San Isidro.
La zona es de clima templado a frío, por eso lleve siempre su abrigo a mano, pero también su traje de baño, ya que entre las opciones para el disfrute está el nado a lo natural y hasta podría decirse medicinal. En el kilómetro 23, tiene dos Termas (piscinas de aguas termales).
Pasando el río está la de San Vicente, con un ambiente popular, que incluye el recubierto de lodo y asistencia de bar. Por otro lado, con ingreso por un llano hasta llegar a la orilla, está Pumamaqui, que le ofrece un servicio más estilizado y reservado, complementado con alimentación vegetariana. El sitio ha sido recientemente remodelado dando una agradable estancia, inclusive con reserva para visitas nocturnas.
También puede visitar comunidades como las de San José, La Inmaculada, Sústag, Balcón del Azuay, Chuchuguzo y la última del trayecto que es Soldados. Desde ahí el camino lo llevará hasta las montañas donde el pajonal se vuelve colchón protector de múltiples biomas.
Si antes su cámara de fotos y/o video era una sugerencia, ahora será indispensable, pues el panorama se vuelve impresionable a medida del asenso. En esa ruta se encontrará con el humedal que se vuelve lagunas, ofreciendo un paisaje de ensueño a sus ojos.
Agua: intrépida, mansa, fría y cálida; delicias: en la parrilla, al fogón o al horno; árboles: de troncos gruesos, delgados, rojizos o plateados; puentes: sencillos, adornados, de madera o en hierro; más su gente: cordial, alegre, sencilla…. Son elementos para que usted venga, vuelva y se repita el paseo.
PARA SABER:
- Los costos de ingreso a las Termas van desde 1 y hasta 5 dólares, que no incluyen alimentación. Ambos lugares cuentan con vestuarios.
- Al inicio de la ruta usted también puede adquirir artesanías en cestería de duda. En el centro parroquial de San Joaquín también tiene este estilo de trabajos.
