La alforja es uno de los símbolos de la identidad lojana y de los pueblos andinos. Fue traída por los españoles durante la Colonia y el pueblo Palta, que se asentó en varios cantones de la provincia de Loja, propagó su elaboración y uso.
Pero su aparición es más antigua. Según pasajes bíblicos, esta prenda que se compone de dos bolsas grandes, abiertas por el centro, la usaban los hebreos en la cotidianidad. Descansaba sobre el lomo de los camellos, asnos y mulas con las provisiones.
De allí su significado “bolsa de viajero”. El tamaño y la textura (cuero, plástico, madera, textil, metal) variaban según el uso que le daban, ya sea para llevar carga pequeña o grande.
Han pasado siglos y esta prenda se resiste a morir. Su uso es habitual entre los campesinos de los 16 cantones de Loja y que la llevan con orgullo. Sus colores resaltan en los pintorescos paisajes rurales y para los turistas eso es motivo de fotos y vídeos.
La confección manual en cantones
La confección de este textil está en manos de artesanos de Saraguro, Gonzanamá, Quilanga, Chaguarpamba, Paltas, Calvas, Olmedo, Catacocha, Espíndola, y Puyango. Los artesanos mantienen la técnica milenaria del uso de telares de cintura.
Entrar a sus talleres es como regresar y detenerse en el tiempo. En un palo empotrado en una pared de la casa de Dolores González, de 96 años, está su mayor riqueza artesanal. De allí salen dos cuerdas largas con dos tablillas en los extremos, colocados de forma horizontal.
En la punta hay una especie de faja que ciñe la cintura de González. Ella se sienta en un tronco de madera, que está casi al nivel del piso. Pese a su edad, con la fuerza del cuerpo y de los brazos hace el contrapeso para tejer.
Así va apretando la urdiembre, que es el conjunto de hilos verticales y uno horizontal, que se entrecruzan. Con unos palos sencillos (llamados medidor, lanzador y machete) controla el ancho del lienzo, evitan que se enreden los hilos y separa las hebras cuando lo requiere.
De esta forma teje línea por línea la tela. Según la ubicación de los hilos por colores van creando diseños de líneas, cuadros, nombres, figuras y más. Así lo explica María Graciela Briceño, de 67 años, con más de 50 años de experiencia en los tejidos en Quilanga.
Ella aprendió la técnica de su abuela y de su madre. Las combinaciones son perfectas y salen de la imaginación. No hay patrones. Briceño tuvo siete hermanos y tres hijos, pero se lamenta que ninguno siguió el oficio.
En Quilanga solo quedan González, Briceño y Rosa Torres, de 72 años, en la producción de las alforjas. En Gonzanamá, Dolores Cueva, 75 años, se enorgullece de tener manos hábiles para los tejidos. Mientras que Celinda Sánchez, de 79 años, presume que sus obras están regadas dentro y fuera del país.
Tejidos en manos de mujeres
En estos cantones este arte está exclusivamente en manos de mujeres. Aprendieron porque tenían a cargo las tareas domésticas e incluían la elaboración de las prendas que usaban en las actividades diarias.
Eso lo cuentan a los turistas que llegan a sus talleres y se quedan sorprendidos por la forma cómo trabajan. Allí venden sus obras. Una alforja cuesta entre USD 25 y USD 30, dependiendo del tamaño y diseños.
En cambio, en Saraguro quedan artesanos como Manuel Puglla, Baudilio Quizhpe. Las alforjas se diferencian de uno y otro cantón no tanto por la técnica utilizada, sino por el tipo de hilos (lana de oveja, orlón, perlé), la mezcla de colores y las labores.
Puglla pone absoluta concentración al elegir la materia prima, preparar el tejido y seleccionar los hilos. “Todo tiene que ser perfecto para que la obra cautive al cliente”, dice este artesano de 82 años, con más de 70 en los tejidos.
Él aprendió en talleres de Saraguro. Con una beca fue a estudiar en Guano (Chimborazo) donde perfeccionó la técnica y creó su primer telar de cintura. De allí venía participando en exposiciones y ferias.
Trabajó 30 años como maestro artesano en un colegio de Quilanga, hasta que se jubiló. Pero sigue tejiendo con la misma fortaleza y elaborando alforjas, jergas, chales, ponchos y más. Tiene seis telares, entre grandes, medianos y pequeños.
Festivales de las alforjas en Saraguro
Estos artesanos siguen aportando para que no se pierda este arte. En los caminos rurales es casi habitual encontrarse con campesinos como José Ortega y Lidia Calva. Esta pareja avanzan todos los días a su huerta, en San Pedro-Quilanga, llevando la tradicional alforja en sus hombros o en el lomo del caballo.
Allí cargan las cosechas, las herramientas, las compras de los alimentos o el fiambre. Pero en Saraguro se nota más su uso. Los domingos confluyen los campesinos en los mercados de la ciudad llevando las compras de la semana.
En este cantón se ha realizado dos ediciones del Festival de la Alforja para realzar su utilidad. Viajes VistalSur realizará la primera edición del Festival Provincial de la Alforja 2023: Loja cultura viva, con la participación especial de Municipio de Saraguro.
Está previsto que se realice en el parque de San Sebastián, el 15 de septiembre. Este evento cultural-turístico reunirá a los artesanos, viajeros, agricultores y ciudadanía en general para compartir la riqueza que guarda esta artesanía.
PARA SABER
- La alforja tiene la forma rectangular y mide un metro de largo. Cuenta con dos bolsillos grandes para colocar los elementos de forma equilibrada en peso y viajar grandes distancias.
- Antiguamente la alforja era el regalo infaltable de los padres para los recién casados. El hombre recibía el arado y la mujer la alforja, que representaban la unión y la fuerza de trabajo para la pareja.
- Las familias tenían la ‘alforja fiestera’ que era de colores vivos, bien conservada, con nombres, figuras y dibujos propios. La utilizaban para las fiestas especiales, familiares o comunitarias.