JATUMPAMBA Una escapada por las alfareras

JATUMPAMBA

Casi todos los viajes a Azogues empiezan en el centro de la ciudad. Pero más allá de su arquitectura, templos, ruinas y paisajes está la riqueza rural. San Miguel de Porotos guarda la herencia de los antepasados y la laboriosidad de las artesanas alfareras del pueblo cañari.

Jatumpamba, Pacchapamba y Olleros pertenecen a San Miguel de Porotos, parroquia ubicada a 15 minutos de Azogues, y a 45 de Cuenca. Dispersas por estos pintorescos poblados viven las alfareras o artistas del barro, como María Josefina Pérez, quienes dedican todo el día a moldear la masa gris.

 

 

María Josefina no recuerda su edad, pero por su apariencia pasa de los 75 años. Lo que sí rememora es que, como todo niño de Jatumpamba, empezó a jugar y amasar el barro a los cinco años, por enseñanza de sus difuntas abuela y madre. “Acá los niños aprenden jugando, y a los siete ya saben de la alfarería, a moldear las piezas”.

Un día de febrero de este 2024, Viajes Vistalsur encontró a María Josefina yambundiendo las ollas, que es la cuarta fase del proceso para crear estas piezas de la cocina. Antes preparan la tierra, separan en porciones y las envuelven en plásticos para que no se sequen, hasta el día siguiente, cuando forman prototipo de ollas de barro muy rústicas.

 

 

El yambundir es un término kichwa que se refiere al uso de dos piezas de barro cocido (cari y warmi) para golpear, por dentro y por fuera a la misma altura. El yambundo y las manos son las únicas herramientas que utilizan las familias alfareras de Jatumpamba, Pacchapamba y Olleros, que viven de este ancestral oficio que está en manos únicamente de mujeres.

Para esta fase, María Josefina trabaja en el piso. Sobre sus piernas coloca la pequeña olla rústica y con los yambundos golpea por dentro y por fuera, al mismo tiempo, como si estuviera dando ritmo a una canción. Los sonidos se sincronizan, con los de sus dos hijas María Simbaña, que trabajan a su lado.

 

 

Cada cierto tiempo, las tres llevan la mano derecha a un recipiente con agua para humedecer los dedos y seguir moldeando el utensilio. A puro golpe bajan el grosor de las paredes de las ollas y se va agrandando su tamaño. De sus manos salen perfectamente pulidas que parecen haber sido creadas con moldes. Se conoce que esta técnica fue empleada por los cañaris, mucho antes de que los incas ocupen estos territorios.

Mientras María Josefina y sus hijas Marías pulen las ollas de barro, el padre hace de oficial. Remigio Simbaña les acerca las piezas inacabadas y las retira cuando están pulidas. Así ellas no se levantan del piso, se concentran en la tarea que realizan con increíble habilidad y ganan tiempo de trabajo.

 

 

Remigio Simbaña va colocando las piezas a la intemperie, con absoluto cuidado para que no se trizen. En esos sitios permanecerán tres semanas, con clima soleado, hasta que seque bien el barro y proceder a quemarlas en los hornos, que por cierto también tienen años de antigüedad.

En la vivienda-taller de los Simbaña-Pérez hay corredores y cuartos llenos de ollas de barro que están secando. Se las diferencia de las recién pulidas (verdosas) porque su coloración es más amarilla. “Cuando los días son sombríos, lluviosos y de poco viento demora más tiempo el secado, dice Remigio mientras su mirada se enfoca, por unos segundos, en el cielo azulado.

 

 

María Josefina es la alfarera más conocida de Jatumpamba y cuenta que ha transmitido los secretos del preparado de la arcilla y la formación de las piezas hasta sus nietas. Tuvo 12 hijos, tres mujeres la acompañan en el oficio. En unas ocasiones trabajan juntas y en otras las hijas se quedan en sus hogares, donde tienen sus propios talleres.

Ella es orgullosa de su conocimiento y de la imagen que ha creado en estos casi 70 años de experiencia con la arcilla.  Sus piezas se venden en mercados de Azuay y Cañar. Hay clientes que llegan a su casa de Jatumpamba a adquirir las ollas de barro y se quedan horas observándola cómo trabaja. “También llegan turistas”, cuenta con alegría.

 

 

PARA SABER

La elaboración de las ollas de barro empieza con la obtención de la materia prima y su traslado hasta los talleres. La arcilla (tierra) y la arena traen de diferentes sitios de la provincia de Cañar.

Los materiales entran a un proceso de secado de una semana. Luego los coloca en tinas grandes con agua y los pisotean descalzos durante dos horas.

Desintegrar grumos y eliminar ls burbijas se consigue al pisar la mezcla, para finalmente obtener una pasta homogénea. La arena le da consistencia a la arcilla.

Los costos las ollas de tamaño mediano se venden a USD 5 cada una y son las que tenen más demanda. Las de tamaño pequeña o de gran dimensión se elaboran bajo pedido, al igual que otras piezas como platos, jarrones o macetas.

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