La majestuosa laguna de Quilotoa es una de las curiosidades artísticas a cielo abierto que tiene la parroquia Zumbahua, del cantón Pujilí, provincia de Cotopaxi. A esta llegamos tras un viaje de tres horas por la vía Quito-Latacunga-Zumbahua. 15 kilómetros más adelante está Quilotoa, un poblado de unas 30 casas (200 habitantes) asentado dentro de la reserva natural de Los Ilinizas, de páramo andino. La temperatura promedio es de 10 grados centígrados.
Desde una especie de mirador del pequeño poblado, a 4 000 metros sobre el nivel del mar, se aprecia el paisaje agreste y volcánico. Parece un jardín surrealista con aires de misticismo que desafía los sentidos: viento frío e intenso, grandes montañas con escasa vegetación, decenas de caballos transportando a turistas por un camino empinado de tierra que parece interminable, y al fondo, la inmensa laguna amurallada.
El reservorio circular de tres kilómetros de diámetro está ubicado en la profundidad del cráter del volcán y es el rincón más atractivo de este espacio natural que a diario recibe más visitante que otras maravillas famosas. Se llega tras descender a pie (una hora) o en caballos (30 minutos), siguiendo un camino sinuoso, irregular, polvoriento y maltrecho.
Mientras se desciende, cualquier recoveco es un mirador desde el cual se contempla un paisaje cada vez mejor que el anterior. La cantidad de polvo que levantan las soberbias pisadas de los mansos caballos, que avanzan por el chaquiñán como en procesión, pasa inadvertida ante la extraña sensación de aproximarse al final de la expedición.
Entra la ansiedad y las ganas de llegar para ver de cerca cómo es que las aguas sulfurosas de esta laguna cambian de turquesa a azul y verde, de acuerdo con la luminosidad y verticalidad del sol hacia un determinado sitio.
Los minerales volcánicos disueltos dan esos matices brillantes a las aguas. La laguna y las montañas parecen moldeadas para una locación de ficción. Ya al pie del reservorio, el visitante puede acampar, realizar una caminata rodeando la laguna o recorrerla en bicicleta.
El agua es salada y helada. En las paredes interiores de la caldera aún se evidencian los materiales como la piedra pómez y la ceniza; y en el ambiente el débil olor a azufre. Esto porque en ciertos puntos del filo de la laguna el agua sale a borbotones y muy caliente. Según los indígenas, son algunas fumarolas aún activas.
Los guías nativos siempre advierten que si va a cruzar -de un lado a otro el inmenso reservorio de agua en bote- que lo hagan con cuidado ya que las montañas y la laguna son sagradas. Si decide pernoctar en el lugar vivirá el mejor regalo de la naturaleza. Hay espacios para acampar o las rústicas cabañas. Un restaurante que ofrece comida típica como la sopa de quinua o de cebada, caldo de borrego, papas doradas, habas, choclos, queso y más.
En la parte superior del poblado hay más centros de hospedaje y restaurantes. Al amanecer, una caminata antes que raye la aurora resulta fabulosa para observar las aves que parecen disfrutar cada día de lo que dejó la erupción de este volcán. El trinar de los pájaros se convierte en eco en el silencio que encierra las murallas.
Las pequeñas flores amarillas, rojas, moradas… salpicadas en el páramo son un buen pretexto para seguir tomando fotografías. Todo esto suma razones para inspirar aún más viajar y conocer esta reserva natural. Cualquier visitante se va perplejo por la belleza particular de este destino turístico del Ecuador.
PARA SABER
- Cómo llegar: En la Terminal de Quito hay empresas interprovinciales que llevan hasta Sumbahua. De allí camionetas a Quilotoa.
- Qué llevar: Ropa abrigada, casaca rompe vientos y zapatos deportivos. Protector solar, gafas y gorra para protegerse del sol. Cámara fotográfica y binoculares.
- Sitios cercanos: En el paisaje del Quilotoa predomina el pajonal que es el hábitat de lobos de páramos, zorros, conejos, venados, cervicabra, llamas y ovejas.