La mente de Juan Diego Domínguez es un laberinto de viajes y emociones, donde cada destino es un nuevo capítulo en su historia. Cuencano, viajero incansable y con 63 años de edad, ha viajado por más de 50 países del mundo. Ha sido guía, explorador, empresario y docente. Sueña con las aventuras que aún le esperan, guiado por la certeza de que cada lugar tiene una riqueza que ofrecer y un misterio por descubrir.
Desde temprana edad, la vida de ‘Juancho’, como le conocen sus familiares y amigos’, estuvo marcada por viajes, que lo llevaron a estar siempre entre el Ecuador y el extranjero. Su padre, quien estudió en Francia, fomentó en él una curiosidad por conocer el mundo, y él a sus dos hijos. Nació viajando. A los nueve meses de edad fue con sus padres a Venezuela y así cada año.
A los 13 años, Juancho dio un paso decisivo en su vida. Hizo el primer viaje solo -como mochilero- a Ballenita, Guayas, para presenciar una emocionante carrera de motos. Esta experiencia lo marcó, encendió en él la chispa de la exploración y lo llevó a recorrer el Ecuador de punta a punta, con mochila al hombro; y por Sudamérica más tarde, durante su juventud.
Estudió arquitectura en Suiza y Estados Unidos, y esto amplió su deseo de explorar el mundo, apreciar la belleza natural de los destinos, el legado arquitectónico, lo cultural, modos de vida, disfrutar de platos típicos y atesorar la perspectiva del mundo. En estos países trabajó un tiempo, antes de regresar a Ecuador, para dedicarse al turismo.
Fue pionero en el turismo de aventura y cofundó Ecotrek, una agencia dedicada a promover el turismo el senderismo, enduro y otras actividades. Eso fue la época de oro, porque llegaban extranjeros con dinero para sus viajes y “como tal me permitió vivir bien durante unos 10 años de mi vida”.
Trabajó 10 años con la comunidad shuar de Miazal, asentada en la cordillera del Transcutucú, en la provincia de Morona Santiago, haciendo ecoturismo y llevando desarrollo a este poblado aislado en la selva Amazónica, como ayudas médicas y fondos para la educación.
Su alma nómada y un poco gitana, como se describe Juancho, lo ha llevado por países que ha recorrido a pie, en bicicleta, en moto, en carro y hasta en velero. Han sido bastantes travesías pero entre las que más recuerda está la navegación a vela por cinco días, desde Galápagos al interior del continente, en medio de las aguas cristalinas, el horizonte infinito y el viento que guiaba el velero con suavidad.
El Camino de Santiago lo hizo en bicicleta. Pedaleó desde Saint Jean Pied de Port, a los pies de los Pirineos, siguiendo por el norte de España, hasta Compostela. Su próxima aventura será el Camino Austral de Chile, conocida como la ruta escénica más hermosa del mundo, desde Puerto Montt hasta Villa O’Higgins, un viaje que ya lo hizo en moto y que anhela explorarlo otra vez sobre dos ruedas.
La moto fue parte de la vida de Juancho desde la adolescencia, cuando desapareció un avión que se accidentó en Tarqui, por los años 70. Impulsados por la curiosidad y la adrenalina, él y sus amigos se reunían los viernes para adentrase en los cerros a buscar los restos, y a otras ciudades como Puyo y Chimborazo, donde también ocurrieron accidentes aéreos.
En Nepal disfrutó del circuito de Annapurna, uno de los trekkings (caminatas) más antiguos del mundo, cruzando grandes macizos y pueblos del Himalaya. Ha hecho senderismo por el camino de Lincoln, en Estados Unidos; de Pifo al Cotopaxi y de Achupallas a Ingapirca, cuando el trekkings era nuevo en el Ecuador.
Viaja bastante porque cree que “el tiempo es limitado en este cuerpo y tengo mucha curiosidad por descubrir”. Su espíritu inquieto lo lleva a dejarse atrapar por lo desconocido. Su mente se nutre de mapas, destinos, historias y relatos. De cada viaje aprende, se conecta con personas de diferentes rincones del mundo, conoce paisajes que le quitan el aliento y otros que lo dejan atónito por lo inimaginable.
Como la experiencia en Varanasi, la ciudad más antigua el mundo, en la India. Los crematorios induistas están junto al río Ganges. Ver a las familias llegar con sus seres queridos para ser incinerados al aire libre impactó en su sensibilidad. La energía de la ciudad y sus fuegos sagrados ardiendo desde hace milenios, dejó a Juancho con una ansiedad que tardó más de un año en procesar. “Despertaba con angustia por lo que viví”.
Con esta anécdota, Juancho resume que hay lugares que sorprenden por su belleza efímera, como una montaña que nos maravilla un momento. Pero otros, como Varanasi que dejan huellas duraderas, como un eco que resuena en el alma y que cuesta asimilar. “Me quedo con cada momento vivido, cada aprendizaje, cada emoción y cada lección que el viaje me ha ofrecido”.
Las experiencias de Juancho son una fuente de inspiración para su familia y amigos, quienes se sienten atraídos por sus anécdotas y siguen sus pasos. Sus hijos, una arquitecta y un chef, también comparten esa pasión por viajar. Como guía, Juancho ha transmitido su amor por la aventura, y como docente de Turismo ha inspirado a nuevas generaciones a apreciar la diversidad y la importancia de explorar el mundo.
Para él, viajar le da felicidad y es una forma de aprender y entender mejor el mundo. Juancho es también un crítico del manejo del turismo en Ecuador. Considera que la falta de planificación y control ha llevado a un desarrollo insostenible, afectando tanto a los destinos como a las comunidades locales.